miércoles, 27 de enero de 2016

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Cuando la incertidumbre se apodera de mí, o la ansiedad y el estrés me asfixian, cuando mi ser grita - sin quedarse nunca afónico - que necesita libertad; es entonces cuando acudo a tu brisa, siempre limpia, y a lugares superficiales de tu interior. Asimismo acudo a ti cuando me llamas con promesas de una calma pura, de reposo inigualable; huyo a tus rincones cuando deseo lustrar y limpiar mi esencia o cuando anhelo tu belleza, a veces agresiva y a veces plácida.
Ansío encontrar caminos hacia tus entrañas, siempre misteriosas, perpetuamente escondiendo trampas y oasis entre muros de zarzales y maleza. He aprendido a oír tus cantos susurrantes y a temer tus bramidos que se exhiben amenazantes por encima de casi cualquier otro ruido.
Llegará un día en el que mi cuerpo inerte se entregará a tus brazos, y tal vez mi alma vagará por tu tierra, tu agua y tus troncos, se deslizará entre tus vidas y tus muertes, volará por encima de tu vegetación y tus desiertos, y tal vez se fusionará con las tormentas, con la niebla y con el viento,  con los rayos de sol que se filtran entre las copas de los árboles para crear magia visual.
No pertenezco a nadie excepto a ti, y tú, en tu inmensidad, eres mi hogar.

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